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El arte tiene la capacidad de trasladar

los cuerpos a un mundo-otro. Este abrir

y habitar el espacio fantaseado conlleva

una apertura en donde las cosas salen

al encuentro con los individuos. Se trata

entonces de habitar el espacio devenido

del arte a través de los sentidos para tomar

consciencia de uno mismo y de los demás,

reconociéndose y encontrándose.

Este tipo de arte habitable e infracorporal,

un arte en el que el cuerpo accede a sus

entrañas, deviene en una experiencia

sensible hacia una mirada de los límites, en

un continuo diálogo entre el

mundo real

y

el

mundo virtual

hacia el que es proyectado

el individuo a través de un compromiso

sensible, que ineludiblemente arroja sentido

sobre la existencia del ser humano en y

con el mundo.

Hablo, por citar algún ejemplo, de los

muros de luz

y las aberturas al cielo o

skyspaces

de James Turrell, de los

pavilions

acristalados que devuelven una imagen

deformada de la realidad de Dan Graham,

de las investigaciones transdisciplinares

en torno a la óptica y el color de Olafur

Eliasson, de las mallas colgantes de

especias y las vaginas-úteros de Ernesto

Neto, de las explosiones de pigmentos

y las pieles desolladas de Anish Kapoor,

de la

Puerta-Umbral

de texturas vegetales

imposibles que ofrecen un bosque donde

resguardarse de Cristina Iglesias, de las

casas y estancias de tela de Do Ho Suh,