In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 57 Tengo que darle las gracias porque por encima de todo, para ella siempre estuvimos nosotros, incluso con la llegada de los nietos. Y por enseñarnos a poner lo mejor de cada uno de nosotros en cada oportunidad o golpe que nos ofrece la vida: en su cocina, en su pintura, y hasta en lo más cotidiano, su trabajo en el instituto, en el nocturno, en la facultad y en todos los proyectos que afrontó. Gracias por enseñarnos, que con esfuerzo y corazón, todo o casi todo es posible. Recuerdo perfectamente los años de nuestra casa en la calle Padre Astete. Recuerdo aquel espacio minúsculo de un bajo interior, de aquel piso del que guardo grandes momentos, a pesar de ser unos años duros para todos nosotros, gracias al cariño con el que creaste aquella, nuestra nueva casa. Pero aún sigo preguntándome ¿cómo pudo inspirarse en esa pequeña habitación, nada comparable a los estudios de pintura que vinieron después? Lo increíble es que de ahí viene toda la serie, más bien oscura, que tanto calaron en mis años de pre y adolescencia: la alacena, varios detalles de antigüedades, los primeros taurinos y las primeras muñecas antiguas, son cuadros imborrables. Nunca olvidaré su cuadro de la calavera y el traje de torero (mal fario de toreros), por su belleza y por haber sido protagonista este cuadro, del día que «la bruja», la que le hizo dejar de fumar, supo adivinar su contenido sin haber visto jamás un cuadro suyo. Creo que debió ser la sintonía entre «brujas», como mi madre se autodenominaba («soy bruja», decía), o de magas, como yo prefiero recodar por todo lo positivo que nos transmitió. La sorpresa de mi madre y mía rozaba el acongoje. Otro recuerdo de esos años, los años del Letraset, que tengo muy presente son los proyectos de ilustraciones de libros y los trabajos de diseño: Los mitos y La rana saltarina, por ejemplo. Seguramente sea por la forma en la que esos trabajos iban poco a poco ocupando el salón y el resto de la casa, lo que hacía que tanto Cipi como yo fuéramos testigos de los avances y que pudiéramos opinar sobre algunas decisiones o dudas que surgían. Fueron años estupendos, en los que cada mañana íbamos juntos Cipi, mamá, yo y alguna amiga que caía, en el «alfita» rojo. A mí me dejaban en el colegio y ellas seguían hasta el instituto. Las pilas con las que nos levantaba todos los días… ¡qué energía! Dicen que hemos heredado tu energía, pero creo no llegamos a ese bendito extremo. De antes es la etapa de Zamora y Béjar, la del nocturno, de la que no tengo muchos recuerdos de tus cuadros, aunque sí de tus interminables tardes de fin de semana trabajando en tu tesis doctoral, llena de caras y muecas. Pero lo que sí tengo muy presente son sus llegadas a casa, después de los viajes de vuelta más de noche que de tarde (pobre, ¡qué palizas!), siempre llenas de sorpresas para nosotros y de inmensa alegría. Años después nos mudamos al Parador (Teso de la Feria), donde todos nos expandimos de una u otra forma. Seguramente porque cada día éramos mayores y algo más independientes, tengo menos presentes los momentos tuyos pintando, del proceso, pero CALEIDOSCOPIO

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