In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 47 posibilidad de trabajar en Madrid, vendiéndole la fábrica de neveras, y que compró junto a dos naves. Esto debió de ocurrir entre los años 55 y 60, cuando en España fue el despegue del 600, y los veraneos en Benidorm y en Gijón. Y digo esto porque en aquella época empezaron a expandirse los hoteles en la Costa del Sol. Y el Hotel Pez Espada de Málaga fue el primero que decoró Rafael García, con unas estructuras metálicas y mobiliario que se hicieron en la M. F. B., fábrica que creó de mi padre. Un gran artista, en mi opinión, pues se adelantó a su tiempo diseñando, entre otros, los hoy típicos muebles con melanina y patas acabadas en tubo fino metálico de hierro pintado en negro, con los tapones de goma al fondo y láminas en el respaldo y en el asiento. Debían de ser modernísimos. Nosotros, Maite y los hermanos, aún tenemos en casa mobiliario fabricado por nuestro padre y solo ahora hemos podido entender la gran capacidad y creatividad artística que tuvo, que caminó de repente por una España cuya tendencia miraba hacia un nivel estético muy superior. Juntos lograron cosas muy interesantes y la más importante de todas fue que papá diseñó la maquinaria para fabricar sillones y mobiliario que ya estaba valorado internacionalmente, con lo que obtuvo la concesión de la patente de la firma líder de diseño de mobiliario original, Knoll, fundada en 1938 en Nueva York, con un reconocido prestigio internacional para fabricar diseños de genios como Mies Van der Rohe o Eero Saarinen. Fabricó la butaca Barcelona diseñada por Ludwig Mies van der Rohe para el pabellón de Alemania de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. La mesa Tulip Saarinen, Tulip Saarinen Oval, Tulip Saarinen Round, la silla Tulip Chair, todo del diseñador, Eero Saarinen. O las sillas Bertoia del diseñador gráfico y escultor de arte sonoro de origen italiano, Harry Bertoia. Todo esto supuso para nuestro padre entrar en un mundo en el que él se sentía bien. Yo recuerdo a mi padre feliz de todo ese trabajo y que se sentía artista haciéndolo. Todo esto contribuía a nuestra formación artística, a la que Maite era tan sensible. EL COLEGIO DE MADRID Nuestra madre estaba muy contenta porque tenía el colegio Nuestra Señora de Loreto muy cerca de casa, en la calle O’Donnell. Por aquel entonces había que tener algo de pedigrí para entrar y mi abuela, que era como Antoñita la fantástica, decidió acercarse a una línea de parentesco directa con San Pío X, que fue un papa de principios del siglo pasado y se llamaba José Sarto, igual que ella, porque mi abuela se llamaba, Margarita Sarto Bono, ciertamente dos apellidos italianos. No sabemos cómo llegó a aquella conclusión, pero ella decidió que San Pío X era familiar nuestro. Tanto gustó nuestro parentesco a las monjas, que a partir de ese momento nos llamaron las Fernández Sarto, y en clase contaban al resto de las niñas que teníamos un familiar que era santo. A Maite y a mí aquello nos hizo sentir niñas diferentes y famosas, así nos fuimos adaptando al nuevo colegio y casi sin darnos cuenta enganchamos con el carácter abierto de aquellas monjas, andaluzas todas, que no tardaron nada en sacar sus guitarras, en cantar, en meternos en el coro de la iglesia y en apuntarnos a las clases de bailes regionales que Maite y yo aprovechamos intensamente. En estas clases nos acompañaron en la música con guitarra y bandurria Los Gemelos, que eran los que tocaban con María Dolores Pradera. Llegamos a bailar en el teatro Madrid en concursos y festivales para niños. Aquella era una época estupenda, y mi hermana tenía unas amigas muy divertidas que también bailaban: Conchita Vera, Cristina Heras o Beatriz de Sandoval. Lo cierto es que lo pasamos estupendamente durante los años que estuvimos en el colegio, estábamos metidas en todos los saraos. LA ADOLESCENCIA Ya nos dejaban salir por la tarde con amigas del cole a merendar, y cómo no, íbamos a La Galatea a tomar perritos calientes. Algunas veces fuimos de ejercicios espirituales, lo que supuso vivir cuatro o cinco días internas en otro sitio que no era ni nuestra casa, ni el colegio, y aunque solían ser centros un poco tristes, como muy monjiles, tenían el aliciente de que las niñas dormíamos en habitaciones de tres o cuatro juntas, o cinco, o seis y esto tenía el atractivo de las juergas nocturnas. Ahora las llaman fiestas de pijamas. Pues nosotras aprovechábamos que no dormíamos en casa y nos hacíamos nuestra fiesta en las casas de ejercicios y lo pasábamos muy bien CALEIDOSCOPIO

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