In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

INMEMORIAM DE TU GRAN ALMA DE ARTISTA 46 CAPÍTULO I cuando terminaba el espectáculo, nos aplaudían las gracias, era como la televisión del pueblo. SABIÑÁN Y NUESTRA MADRE Recuerdo que dos meses al año, en verano, simplemente íbamos de Barcelona a Sabiñán y en septiembre, de Sabiñán a Barcelona. Menos un año que mis padres llegaron antes de tiempo porque iba a venir la cigüeña. Los embarazos de mi madre siempre acababan en Sabiñán; iba a tenernos allí, asistida por el médico, un chico de la pandilla. Cuando mi madre hablaba de Sabiñán, era como si hablara del paraíso terrenal, su infancia y juventud la pasó con mi abuela viviendo en Zaragoza, pero en verano se trasladaban allí, a casa de su hermana Joaquina, que era su segunda madre. Ella nos transmitió ese amor por el producto de allí, por la ilusión de ir a coger higos en el jardín, donde había dos higueras gigantes, había un caqui, estaban los jínjoles, perros, gatos. Cuando todo esto lo vives de pequeño, le guardas cariño para siempre. A mi abuela le gustaba mucho estar en el jardín, junto a un velador debajo de los jazmines, pero también había rosas y muchas flores. El aceite de los olivos se hacía en casa, aunque ya no se utilizaba nuestro molino, llevaban las olivas a un molino de los Gracián que ha funcionado hasta hace relativamente poco. El aceite se vendía, excepto lo que se dejaba para el consumo de la casa. Todavía están en casa los barriles gigantes donde lo almacenaban. Cuando abres esa habitación, todavía huele a aceite. Sé que para mis hermanos, lo mismo que para mí, la casa de Sabiñán tiene el significado especial de un lugar seguro, donde se juntaba la familia, y que ha sobrevivido al paso del tiempo. NACIÓ JOSÉ MANUEL Una tarde, a Maite y a mí nos pasaron a casa de Joaquina. Era de la familia que cuidaba la finca de mis abuelas, con la que pasábamos algunas tardes. Tenía una salida directa a nuestra casa, con el paso por el oratorio, donde había una portilla que bajábamos tres escalones. De repente nos llamaron, que teníamos que pasar porque ya había venido la cigüeña y nos había traído un hermanito, nos lo enseñaron en el oratorio. Parecía una vela, con la carita muy roja y de ahí para abajo en un envoltorio blanco, mi hermana y yo nos quedamos mirando asombradas: «¡Vamos, las dos, pasad a ver a vuestra madre!». Cuando entramos, dijo Maite: «¡Qué olor a cigüeña!», y a partir de ahí mi hermano fue nuestro juguete. ENMADRID Ese verano nos llevaron como siempre a Sabiñán, a Maite, a mi hermano, que tendría entonces unos 4 años y que normalmente se quedaba con mis padres, y a mí. Nos vinieron a buscar en un coche que mi padre le llamaba el «cacharrín». Era un prototipo de la marca Lloyd que debió de comprar con la fábrica, o sea, una cosa muy rara, no sé muy bien la historia, pero era un coche muy raro. Era un dos plazas y el maletero. Mis padres iban delante y nosotros tres detrás. Cuando llegamos a Madrid nos dijo: «Os voy a llevar primero a la plaza más famosa de Madrid que es la Cibeles». Al acelerar el coche en vacío sonaba como una sirena y decía: «Vamos con una ambulancia», y empezamos a dar vueltas a la Cibeles acelerando en vacío. Me acuerdo perfectamente de la Cibeles, de la Puerta de Alcalá y luego seguir para arriba hasta llegar a Doctor Esquerdo, nuestra casa, entonces en el número 60 que luego cambiaron por el 54, y cuando llegamos, en la puerta nos recibieron la señora Carmen y el señor Marcelino, que eran los porteros. Me acuerdo que nos dijeron: «Venga, saludad a Marcelino y a la señora Carmen». Fue llegar a casa y Maite se puso mala y se quedó metida en la cama. Yo salí con mi madre y Rosario, y nos fuimos al centro de Madrid. A las dos las oía emocionadas porque comieron bocadillos de calamares. Cuando volvimos a casa, contándole a Maite y a mi padre lo de los bocadillos, se reían mucho y estaban muy contentas de vivir en Madrid y de haber ido al bar El Abuelo, que tenía gambas y no sé cuántas cosas más. Además, para mi madre eso de poder entrar en un bar a comerse un bocadillo le parecía de otro mundo porque en Barcelona eso era imposible. Nos trasladamos a Madrid porque mi madre no quería vivir en Barcelona y seguro que, como buena aragonesa, no paró hasta conseguirlo. Entonces fue cuando mi padre vio la oportunidad, a través de un amigo suyo de Guinea, Perez-Andújar, que le ofrecía la

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