In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 51 CALEIDOSCOPIO Quien por fortuna la visitara en su hogar pronto descubría su personalidad. El jardín con su arboleda ocultando rincones protegidos entre los que asoman esculturas, piezas de alfarería o antiguos objetos decorativos, todos mezclados, las umbrías bajo las protectoras arizónicas o sus frutales también escondidos entre los edificios, apenas imaginables estos desde el exterior, nos da una pista de quién era su dueña, pero traspasar el umbral de su vivienda y estudio y descubrir su contenido, la muestra de lleno. No es fácil avanzar entre sus paredes y habitaciones pues presentan infinidad de muebles, cuadros, adornos y juguetes, muñecas y todo tipo de objetos que al ser explicados por la anfitriona muestran su arraigo a la vida, su carácter sutil y delicado vinculado al arte, su gusto y feminidad, y el amor por sus recuerdos y los de su familia. Todos son descritos con precisión asombrosa, su origen y fecha de llegada, quién lo compró o pudo regalar, el motivo y simbolismo, mostrando en cada explicación el aprecio y evocación de la persona o momento vividos cuando entraron en su vida. En resumen una casa llena, repleta de vida pasada y presente, que da serenidad, cobijo y placer a sus inquilinos y sorpresas continuas a sus visitantes. Así que, vitalista y generosa, en cuanto la ocasión se presentaba, disfrutaba invitando a una buena comida casera. Y entonces aparecía su especial forma de agasajar llena de detalles. Con la elección del menú al gusto de los invitados —«venga, que os voy a preparar un. que tanto os gusta»—, la presentación de la mesa totalmente primorosa, lo refinado del menaje o manteles que la decoraban, las bandejas y tablas de aperitivos, los platos de asado o lo que hubiere, magníficamente cocinados para la ocasión y seguida, tras los postres, cómo no, de los dulces oportunos, un buen café y copita de vino viejo o moscatel, que continuaba con acaloradas tertulias, animando a repetir prontamente otro encuentro. Siempre cargada de humor, cariño y de muy buena gana, pues lo disfrutaba como nadie. Frecuentemente, en la sobremesa, explicaba el origen de su temprano amor por la cocina en la que figuraban como estrellas las abuelitas (con ellas convivíamos en Sabiñán los veranos de nuestra infancia, esos que dejan huella) y su cuaderno de «recetas». Las coleccionó y las reivindicaba recreando sabores que nosotros ya habíamos olvidado. Cuantas veces rememoramos los encuentros, muy gastronómicos ellos, de los años 50-60, organizados alrededor de nuestra abuelita Joaquina, quien año tras año celebraba en septiembre su onomástica rodeada de una docena de glotones invitados y donde todos los guisos causaban furor. Más tarde, Maite también incorpora a su recetario platos originarios de Italia y Francia asimilados durante sus estancias juveniles en ambos países donde los aprendió con la misma facilidad que hizo con sus idiomas. Su conversación, siempre alegre (por algo se había ganado el apodo de «Risini») y que a menudo incluía alguna gracia dicha rápidamente en italiano, llena de anécdotas, picaresca, risas y buen humor, la manejaba con mucho tacto y educación. Jamás era ofensiva, siempre sacaba lo bueno de cada cual. Era una de sus cualidades más entrañables y por ello muy querida. Un arte cultivado con esmero pero, también hay que decirlo, en el que jugaba con la ventaja dada por los genes heredados de su madre, nuestra madre, que los tenía a raudales y que con tanto éxito luego los concentró en ella. Y es que esto de la herencia juega en Maite un papel decisivo. Gran parte de su comportamiento, habilidades, aficiones y finalmente carácter son resultado de una intensa vivencia familiar que, desde su infancia hasta cuando abandona el hogar paterno, estuvo machaconamente presente. Mis padres, amantes de la cultura, del arte, la arquitectura y la naturaleza, trataron de inculcarnos la sensibilidad necesaria para apreciarlos. La excursiones con visitas a los monumentos locales, museos, iglesias, casas solariegas, palacios o lo que hubiere en la zona, más la merienda o comida campestre, todos juntos, y con amigos, duraron mientras su salud lo permitió. Más tarde sustituidas por visitas mas locales, y en Madrid no faltaban ocasiones, con teatro, exposiciones, museos, o por buenos libros de consulta. Todo ello contribuye a su orientación profesional de modo que cuando decide matricularse en San Fernando para estudiar la carrera de Bellas Artes, a nadie sorprende, recibiendo de mis padres el apoyo necesario. Y entonces comenzó a mostrar otras virtudes. Fue una precursora, amante de la libertad, valiente y emprendedora, disfrutando toda su

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