In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 135 EPISTOLARIO Maite, Te estoy viendo al final del caminito del jardín, el de la entrada, sujetando la puerta, con gracia, coqueta, la cara de traviesa, sonrisa guasona, cariñosa, la chispa en tus ojos. Abarcas nuevas, empeine negro, qué bien te queda ese vestido, y ya nos empieza a dar la risa, preludio de la tarde que nos espera. Abro el frigo, Zipi me mira, siempre igual, cómo puede ser, te estás pasando, no caben las cosas, mira que te gusta cebarnos, y a nosotras más. Me pregunto en cuántas casas me siento así, abrir la nevera y coger algo, pedirte una camiseta porque me quedo a dormir. Cuántas meriendas al sol, qué felicidad, con cuánto mimo nos has cuidado siempre. Recién estrenado el año me encontré con un amigo de Pepo, en medio de la nieve, a dos mil metros de altura, donde el cielo parece más azul. Un buen lugar para encontrarse, ¿verdad?, mejor que en la calle Zamora. «¡Hala, mañica!», Te encantaba cuando te lo decían al coger la silla en Candanchú, con el acento que tú sabes. Y allí arriba te estuvimos recordando con ternura. Como dijo mi primo Javier al escucharnos: «Si te vas dejando este recuerdo, tu paso por aquí habrá merecido la pena». Qué importante has sido en nuestra vida, Maite, has creado una cálida red de afecto entre todos nosotros, eres también nuestra madre y nos has llenado hasta reventar la barriga y el corazón. Si tú supieras que fuiste el alivio, el consuelo, la alegría. Cómo, intuitiva y sabia, encontrabas la solución a los problemas, y después hacías tu magia para deshacer el nudo en la garganta: unas bromas untando patatas con empatía y salsa de queso y ya se veía todo de otro color. Desdramatizando, dándonos apoyo incondicional, consejos y sentido común, nuestra sanadora de heridas. El espíritu de guerrero grande y noble, generoso y valiente que tanto admiré en mi padre, lo volví a ver, Maite, resulta que también estaba dentro de ti. Solo alguien tan sensible y elegante es capaz de hacer disfrutar a los de alrededor en medio de su enfermedad, capaz de hacer reír con su sutil ironía a pesar de estar en pedazos, y capaz de apretar fuerte los dientes y seguir hacia adelante sin amilanarse, sin una queja y con una sonrisa, levantando los ánimos. Como si la carga fuera liviana, a pesar de no serlo. Has desparramado mucho amor por el camino, y has dejado una impronta tan profunda en todos los que te queremos que ahora estamos tristes sin ti, qué quieres, es un hueco demasiado grande, como el retrato que te hizo Eusebio, el del pasillo de Padre Astete, con la cara apagada, agotada de Carolina Sebastián

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