In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 93 EPISTOLARIO PARAMI NUNCA BASTANTE QUERIDA AMIGAMAITE En mis periódicos viajes académicos a Salamanca había aprendido a conocer y a amar esta maravillosa ciudad de Castilla, el color cálido de la arenisca de los edificios, la austeridad y la elegancia de los patios y de los jardines. Volvía siempre con placer a ejercer el magisterio para el que me había llamado Javier Gómez de Segura Hernández. La alegre sensación de esas visitas alcanzó el culmen cuando tuve la oportunidad de conocer a María Teresa Fernández Sarto, «Maite», que se manifestó ante mis ojos no solo en toda su extraordinaria sensibilidad intelectual, sino también en la de las personas que, al habitar en el mundo superior de la belleza, saben mirar con esperanza a sus similares y cuidar el mundo humano. Veía una profunda vocación artística manifestarse en sus pinturas y en todos los rincones de la casa donde, por obra suya y de Eusebio, se renovaba cada vez el milagro del recibimiento. Un hogar donde todo hablaba el lenguaje de la memoria, del buen gusto, del refinamiento y, sobre todo, de la amistad. Es precisamente este sentimiento el que impregnó nuestros días, no solo cuando teníamos ocasión de vernos en Salamanca, también cuando hablábamos sobre las actividades de estudio y enseñanza que nos aunaban, cuando nos veíamos, en Italia y en España, con motivo de alguna conferencia o, simplemente, en nuestras casas por el mero placer de estar juntos. Eran encuentros caracterizados por su sonrisa contagiosa, por la capacidad que tenía de transmitir alegría, por el tono siempre positivo con el que alimentaba la conversación, por la agudísima inteligencia de sus observaciones, por las siempre innovadoras propuestas que sabía aportar a la investigación. La vi siempre así, también cuando empezó a sospechar que estaba enferma, hasta el último encuentro en Llanes, Asturias, en casa de su hermana Marisol (SE HA SOLO UNA SORELLA PRIMA DI “MARISOL” METTERE VIRGOLA), en la fase más dolorosa de la enfermedad. Incluso en esa ocasión consiguió hablar con serenidad y transmitirnos esperanza a todos, bien cubriendo de elogios al médico que la seguía, bien manifestando firmemente su voluntad de luchar, bien disimulando con dulce ironía el sufrimiento físico que sin duda la invadía, bien cubriendo de mimos y ternura a sus nietos. Así era Maite. Maite que me invitaba a su casa y preparaba siempre cosas ricas. ¡sobre todo el cochinillo! Maite que me enseñaba sus dibujos, sus cuadros, de los que emanaba una sensibilidad delicada. flores, muñecas, pequeños objetos de la vida cotidiana en un léxico riquísimo y fascinante, exhibidos sin esperar elogio alguno, con la intención de comunicar sentimientos en el lenguaje del arte que la definía, con timidez y gracia infinitas. Maite, siempre de una elegancia natural; siempre sonriente y disponible; siempre amable y hospitalaria. siempre bellísima. En un viaje con Mónica, mi mujer, a la lejana región de Jujuy, en Argentina, me encontré, hace años, en un pequeño poblado de los Andes, ante un muro donde campaba con grandes letras una declaración de amor dedicada por un anónimo a su amada y que decía así: «Maite, te quiero bastante». Saqué inmediatamente una foto, pensando en mi amiga, y se la envié, porque me pareció que resumía de manera eficaz y de una forma que yo no habría sabido hacer mejor los sentimientos que se habían sedimentado con el paso del tiempo. Cuando hablábamos o nos volvíamos a ver, esa expresión se convertía en una especie de incipit comunicativo que ella acogía divertida. Después de que se fuera, Eusebio quiso escribirla en su epitafio para despedirse de ella y para recordarle que para nosotros está siempre aquí, que nos acompaña, que le damos las gracias, que la echamos de menos. que la queremos bastante. Agostino Bossi

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