In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 73 EPISTOLARIO Raramente caló hondo en nosotros la crítica especializada de arte contemporáneo, sobre todo aquella que tiene por costumbre ceñirse estrictamente a evaluar en exclusiva las virtudes de la obra que analiza, sacando entonces de contexto al artista, y destruyendo el entorno del que depende, maltratando el sentido auténtico de la obra realizada por el autor que la ejecuta, sin considerarlos —como deben permanecer— partes de un todo. Hubo un tiempo en el que nosotros también pensábamos así. Creíamos firmemente —ahora no— que lo importante era la obra, exclusivamente la obra como resultado final del proceso creador, con independencia del autor, aunque el autor haya sido siempre el artífice que hizo realmente visible la obra. Nos pareció que su personalidad podría permanecer oculta, ajena a las influencias y situaciones ocasionales o circunstanciales, que habrían de surgir en torno al momento del proceso creador y que envuelven el nacimiento de la obra. Nuestro pensamiento cambió cuando transvasamos la frontera del mero aprendizaje —la época de taller—, y comenzamos a sentir equidistancia entre la necesidad de pintar, el momento de hacerlo y la manera de ejecutar y sentir el cuadro, como un solo instante vital. Ese singular lapsus de tiempo, desde donde han de ajustarse en la mente del artista, con suma intención, adrede, los destinos convergentes de las cosas semejantes que fluyen desde nuestro interior, para convertirlos en una historia única —la obra— dotada ya de vida propia, que se irá descubriendo en todos sus matices, por cuantas personas sientan afinidad, por aquellos, que interesados, la miren con suficiente atención, con la misma atención de quien asiste a un gran espectáculo de circo. El arte modela el alma de las personas y puede llegar a hacerse tan sincero y auténtico como consiga serlo su autor. La potencial esencia comunicativa de cada obra tiene la virtud de reflejar, permanentemente, el estado de ánimo del autor. El autor necesita provocar las condiciones idóneas para crear. Es preciso entrar en situación, sentir en una misma línea o dirección emocional y mantener un acertado estado de ánimo para que en el resultado final de la obra aparezcan reflejados tales ingredientes que dependen de la capacidad del artista para mantener activo el temperamento de las cosas, de las ideas, durante el proceso de ejecución de esa obra. Si en el análisis de la obra de arte, sea cual sea el principio generador de su desarrollo armónico, se excluye cualquier vinculación emocional, pasional, de incertidumbre, abatimiento o simplemente una actitud extremadamente eufórica, de las que disfruta esencialmente el sentir del autor durante los momentos de acometer la creación de esa obra, nos estamos perdiendo una parte vital del contenido intrínseco, a leer, de esa obra. La creación, como máxima expresión de espiritualidad, siempre es laboriosa y precisa para su ejecución de un potencial incalculable de inventiva. Adquiere, después de realizada, una virtud latente y eficaz de intercomunicación entre los sentimientos del autor y nuestros secretos más íntimos —cuando ambos se alinean durante la contemplación— a través de nuestra propia, única y especial lectura personal. Inevitablemente, el autor dejó impreso durante el proceso de ejecución de su obra determinados momentos que reflejarán para siempre algún aspecto de lo más intemporal de nuestra condición humana: nuestro sentimiento. Porque «El arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se manifiesta» (Heguel) y aquello que concierne al espíritu se transmuta en intemporal, como lo es también el leguaje universal con el que se escribe una obra de arte. Máxima expresión de la capacidad humana. Tal vez el enorme respeto a la personalidad explosiva e intimista a la vez de la mujer que lo ha sido todo para mí, me haya orientado a pensar y elegir, para este capitulo que titulamos «Epistolario», el cambiar la crítica especializada por la mirada autentica de personas que compartieron momentos felices con ella, momentos que hayan podido influir — seguro que sí— en tan solo un instante de su obra. Pues en su generosidad, siempre quiso ver y supo sacar la mejor parte de cada uno de nosotros en cada instante, de cada persona, de la vida misma, para recrearlo de algún modo en su obra. Todas las personas que generosamente participan en este capítulo han tenido en común alguna experiencia, alguna razón, o algún momento especialmente vivido y compartido de cerca con Teresa Sarto, con su desdoblamiento en Maite, o con ambas a la vez personalizadas en una misma, única y poderosa alma. La suya. Gracias. De por qué el epistolario

RkJQdWJsaXNoZXIy MjM4MTQz