In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 169 EPISTOLARIO Pep’o group MAITE En esos amargos días de marzo, recordábamos y contamos numerosas vivencias, historietas y batallitas con Maite, rememorando lo especial que era para cada uno de nosotros, dándonos cuenta de que es mucho más que la madre de Pepo y de Zipi para esos críos que fuimos creciendo juntos en el patio del Calasanz. Muchos recordamos esas esperas en la pastelería del cole comiendo un trébol de chocolate hasta que llegaba un Alfa Romeo rojo –¡qué guerra dio ese coche!–, ella bajaba la ventanilla y con una gran sonrisa nos decía: «¿Qué tal, Pepo? », y luego nos nombraba a cada uno de nosotros, sin importarle el barro que teníamos desde las zapatillas hasta las orejas… y esa eterna pregunta: «¿Tenéis hambre? Pepo, toma, invita a…». Otros nos acordamos de cómo conocimos el arte de Maite cuando íbamos a esa casa estrecha, alta y oscura cerca del Parador. Te recibían un perro negro muy pesado, un cuadro enorme de un hombre cabalgando sobre una gamba, sí, sí, ¡¡¡una gamba!!!, y al fondo, en la oscuridad, unas cabezas con pelucas y una voz que decía: «Pepo está arriba, pasad, pasad». Cualquiera se lo pensaría dos veces, pero siempre aparecían esa sonrisa y eso ojos que brillaban de felicidad. De esta manera, algunos conocimos la pasión por pintar que tenía Maite, no entendíamos su arte y decíamos: «Pepo, ¡un hombre sobre una gamba…!», y un Pepo orgulloso contestaba «pues a mí me gusta, qué pasa». Gracias a que Pepo carecía de esa puntualidad suiza que nos caracterizaba a los demás, podíamos disfrutar, quizás sin darnos cuenta en ese momento, de lo que Maite era y es, charlando con nosotros, disfrutando a su vez con todo aquello que le contábamos, y aconsejándonos con esa forma tan sutil que tenía, avergonzándonos incluso algunas veces delante de las primeras niñas diciendo «¡pobrecitas!», pero con esa expresión en su cara que reflejaba lo orgullosa que se sentía de cada uno de nosotros. Algunos tuvimos la experiencia de cantar un gol como si no hubiera un mañana en la «séptima del Madrid» metidos en una habitación de la Santísima Trinidad con Pepo con el oxígeno puesto, y una Maite disfrutando de ese momento, cuando en la situación pintaban bastos, pero siempre en la adversidad reinaba su optimismo, anteponiendo la felicidad de sus hijos por encima de todo. Luego estaban las famosas barbacoas de los cumpleaños de La Rad y su obsesión porque no faltara comida «Maite, aquí hay comida para un regimiento», su cariño a la monarquía con esos dos guardianes llamados Froilán y Juanito, las tertulias con las primeras copas delante de una «madre», y eso era Maite, una segunda madre para cada uno de nosotros. De esta manera, la casa de La Rad fue conociendo nuevas incorporaciones, novias, matrimonios, parejas, hijos, convirtiéndose en la casa de todos. El taller de pintura con sus cuadros y los de Eusebio, la chaquetilla esperando al torero, la maleta y la pluma esperando al viajero, y es que parecía que ya entonces nos decía que las personas desaparecen, las cosas permanecen, no seas una cosa, vive, vive y vuelve a vivir. Otros pudimos comprobar también la paz y la tranquilidad que encontraba en Llanes junto a su familia, mientras recargábamos baterías para la vuelta al cole en Salamanca, y vivir lo bailona que estuvo en la boda de Zipi o lo orgullosa que estaba en la de Pepo, objetivo cumplido, y otras mil historias de cada uno… De recuerdo en recuerdo, de anécdota en anécdota, nos dimos cuenta de lo mucho que Maite nos había marcado, de cómo nos había contagiado las ganas de disfrutar, de imaginar, de mirar más allá, en definitiva, de vivir. Para nosotros ha sido nuestra Wendy, la que nos llevaba al país de Nunca Jamás, y así pasó de ser la madre de Pepo a ser nuestra Wendy, NUESTRA MAITE. Siempre: Alberto Marcos Martín - Eduardo Gil Iglesias - Pablo Díaz Rodríguez - José Luis Mateos

RkJQdWJsaXNoZXIy MjM4MTQz