In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 143 EPISTOLARIO Dorronsoro y familia Recuerdos de Maite Los Dorronsoro pasamos muchos buenos momentos con Maite. En miles de tardes en el campo, en excursiones varias, en nuestras respectivas casas, en restaurantes o en salas de fiesta. Tantos buenos ratos y tan a menudo, que siempre nos hemos considerado como una extensión de su familia. Da igual que nos fuéramos de Salamanca a Granada, nuestra separación fue solo física. Porque siempre estuvimos en contacto. Todos nosotros coincidimos en que Maite era especial, diferente, única. Seguro que todos los que la conocieron podrán decirlo también. Brillaba allá donde fuera. Era extraordinariamente simpática, muy alegre y muy divertida. No es que estuviera siempre sonriendo, es que solo podemos recordarla riendo a carcajadas y haciéndonos pasar un rato estupendo, contagiándonos de su vitalidad, dejándonos arrollar por su simpatía. ¡Era graciosísima! Si tú te encontrabas triste por algún motivo llegaba Maite y te decía: «¡pero cómo estás hoy, vamos a hacer risas!» y te cambiaba la vida. Ese «vamos a hacer risas» era muy típico de Maite. Un superpoder. Una seña de identidad. Una declaración de intenciones. Maite se entregaba en cada palabra que te decía, se interesaba por todo y te hacía participar cediéndote toda la importancia. Ella era muy extrovertida y conseguía que la siguieras, que te abrieras a ella. Te hacía sentir muy cómodo a su lado. Era amable, auténtica y generosa. En los 17 años de convivencia en Salamanca no la conocimos enfadada. A los adolescentes y a los niños, incluso a los más pequeños, nos hacía sentir importantes: nos hablaba como a personas mayores, se interesaba por nuestras cosas, nos preguntaba y nos escuchaba con mucha atención. Sentíamos que se alegraba de cada uno de nuestros pasos en la vida, y de nuestros logros, como si fueran de sus hijos. Con nostalgia por sus recuerdos, pero alegrándose por nosotros que teníamos todo el mundo por descubrir, nos contaba cosas de su vida a nuestra edad, lo que ella había sentido al vivir tal o cual experiencia por primera vez. Por ejemplo, al aprender nuevas cosas o nuevas habilidades, o al descubrir comidas, músicas o ciudades. Que sepamos. ¡era la única persona capaz de guardar bombones en el congelador para cuando acabara la dieta! Aunque tal vez lo que pretendía era «hacernos unas risas». De paso consiguió crear uno de los primeros recuerdos de uno de nuestros niños, ahora cuarentón. Todo momento podía llegar a ser divertido con ella. Fue capaz de alegrar a otro de nuestros niños que estaba escayolado prácticamente entero después de un atropello. Lo hizo con un dibujo graciosísimo, que animó a toda la familia, y a las visitas, durante los largos meses de convalecencia. No solo con ese dibujo, sino también con muchas otras pinturas o con fabulosos recuerdos, Maite ha estado siempre presente en nuestras casas. Pero en nuestra memoria su presencia «puede» a los recuerdos o las anécdotas. Recordamos sus preciosas manos de artista, y la gracia con que las movía al dibujar o al crear cualquier cosa. Y su lunar en la cara, tan simpático. Y esos ojillos pequeños, con una mirada enorme, profunda, inteligente y chispeante. Y recordamos su expresividad al hablar, entrecortando las frases con suspiros o carcajadas. Cuando nos acordamos de ella, nos llegan su alegría y sus risas, y su entusiasmo lo invade todo de nuevo.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjM4MTQz