In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 115 EPISTOLARIO TEXTO PARA TERESA…DE GRANADA A SALAMANCA Intentar poner en palabras las emociones y los recuerdos vividos con hechos presentes y compartidos, como el tiempo y la pintura día a día y curso a curso, siempre diferentes y siempre iguales y, es entre esas dos luces, entre oscura y la claridad del día con el resplandor de la madrugada, entre lo soñado y lo pintado en esa escalera de Jacob, de la lucha con el ángel de la pintura, que se impone contra la inercia natural de una existencia de una vida sosegada , con sus rutinas alentada con una dulce melancolía, con su impertinente memoria y recuerdos, esta condición de nuestro devenir de estar siempre insatisfechos. Tarkorsky dijo: «La gente hace arte porque la vida no es perfecta», yo desviaría a que no es… suficiente. Y el mismo Paul Auster, condesando toda emoción en una corta pero precisa frase lacónica «el mundo no es satisfactorio» por ello somos en la pintura como «personas heridas». Teresa tenía tanto ella como sus cuadros las cualidades que Leo Strasberg decía que deberían poseer las obras y artistas: una cualidad «luminosa»; una combinación de tristeza en la melancolía de sus colores; el resplandor que transciende la forma y el acabado y como forma de comunicación; el ansia y la insatisfacción propia de la existencia como una inquietud permanente. Estas y otras cualidades eran generosas en Teresa, sobre todo el eco de su risa y la ironía y el humor como última repuesta a los problemas que no tenían solución. Teresa era de las pocas personas que podían casi sin desearlo, ejercer una influencia, dejándonos una impronta difícil de valorar en el momento, pero muy apreciable con toda su generosidad en nuestra vida y en nuestra obra artística. Entre muchos recuerdos y más devociones, tal vez de todos ellos, hay un momento que de forma inesperada y casual se produjo en los primeros encuentros en su estudio-casa de Salamanca donde el enorme ajuar familiar y propio, conformaba su pasado. A los postres y recordando a la familia y para ilustrar el relato, se ausentó para buscar entre libros un pequeño álbum de terciopelo rojo repleto de esas pequeñas fotos de una definición en el blanco y negro y grises propios de aquellas Leicas de la época colonial de su padre, médico en Guinea Ecuatorial Colonial y provincia de aquella España de posguerra. Su contemplación me recordó el deseo más recóndito de mi infancia, cuando las postales y los cromos de viaje, me hicieron la persona y el pintor que pretende no defraudar a aquel niño de pueblo. El álbum que Teresa guardó de su padre, a igual que un sortilegio, me hizo realizar una serie de viajes a África, de exposiciones, cuadernos de viajes y textos que a partir de ese momento y treinta años después, toda mi obra hasta esta última en Sevilla titulada Cartografías, han tenido esta brújula que me da la referencia de mis cuadros y de mi propio y errático devenir. Jesús Conde Ayala Jesús Conde

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