In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 109 EPISTOLARIO LOS SONIDOS DEL DIBUJO «En el principio fue el Mar. Un mar infinito, azulísimo, silencioso, sin olas, casi siniestro»” Al evocar a Teresa Sarto, me vienen estas palabras que escribe Pollux Hernúñez en Mitos, héroes y monstruos de la España antigua , un libro inencontrable de hace tan solo treinta años con las hermosas ilustraciones en color de Eusebio Sanblanco y los dibujos magníficos de ella, Teresa Sarto. Nada es por casualidad, reiteraba un clásico: en ese mismo año ilustraron ambos una edición también para la editorial Anaya que impulsaba la sabiduría de Emilio Pascual como es la traducción que hiciera Luis Santos Gutiérrez de La célebre rana saltarina de Mark Twain. Puede encontrarse esta joya perseguida por su hermosura en alguna biblioteca pública, y quien la vea no podrá llevársela prestada, sino que gozará de los dibujos de esta profesora de morfología y dibujo anatómico allí mismo, viajando en el tren de lo imaginable entre lo gráfico del alma. Al reconocer en las fotografías de Gaspar Domínguez las pinturas de Teresa no escapa esa sensación literaria que uno cree atisbar entre los pliegues de los cuadros. En el trapecio que la muñeca utiliza como columpio incierto la pintora se ha atrevido a detallar el sentido del tiempo, el factor de cuánto significa, como en la obra de Priestley. En su obra convergen esas dos líneas vitales del color y el dibujo para entender cuánto trasciende en un cuadro. Hay pintores, maestros, que poseen este argumento de la magia y Teresa Sarto es una de ellos. Configuran en la mística el color del óxido, el tiempo de lo indefinido no como un asunto verbal sino como un paisaje de lo cosificado, lo cotidiano se hace creativo y aparece la conciencia de la pintora. Como en Amalia Avia las tapias o los portales, en Teresa Sarto están las huellas de un interiorismo que conocía como transgresora del mismo en su recordada docencia y como investigadora del trasunto que ello implica en su obra creativa. A mí me sabe en esencia revelar sus pinturas plurales entre la suite 3 de Bach y el último tramo de la sinfonía 2 de Mahler, en que se deja llevar la soprano por fugitivos metales, en acuarelas largas, sencillas, magistrales ante nuestra mirada. Entonces no teníamos quizás esta mirada, es cierto. Fue en 1986, cuando Amable Diego reunió a más de veinte artistas en una muestra itinerante por la provincia de Salamanca, quizás la única, que abrió las puertas de los interiores desvencijados con la aventura de poseidones . Ahí estaban Fiz, Tapia, Morollón, Salud Parada, María Cecilia, Abraido, Méndez, Pancho, Horna, Benéitez, Aníbal Núñez, María Teresa Berrocal, y… Eusebio Sanblanco y Teresa Sarto. Quedaba por delante el viaje de la vida, la pasión, el arte y el amor, es verdad. En el relato de Mark Twain esperaba el dibujo de una pintora excepcional en cuya obra late el sonido de los dibujos. Ella dibujó el mar, con el color de Sebi, en el libro de Pollux, intemporal y hermosa. Hugo Lucas Hugo Lucas

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