In memoriam de tu gran alma de artista: Teresa Sarto

TERESA SARTO 101 EPISTOLARIO La ausencia física de Maite no ha conseguido que se pierda su aura. Ya se encargó ella de dejar bien asentada entre nosotros su alegría. A todos nos consta su decoro, tan natural en ella, por no tener a los más cercanos pendientes de su enfermedad; pero haberse salido fuera del protagonismo que hubiera dado tenernos pendientes de su dolor, no me oculta algunos recuerdos más lejanos de quien supo mezclar espontáneamente la generosidad con la alegría de ver felices a los demás. De las pocas cosas que añoro de mi época de profesora, la más importante se refiere a aquellos viajes que compartíamos yendo a Zamora, a los exámenes de selectividad. Yo esperaba con ilusión, año tras año, aquellas ocasiones en que, sin que mermara en nada la seriedad con que nos tomábamos nuestro trabajo, tratábamos luego de descubrir dónde merecía la pena comer, en qué lugar de la vecina ciudad podíamos encontrar un bajorrelieve con el que no era fácil dar, a primera vista, dónde podíamos charlar distendidamente de nuestras cosas, de nuestros deseos y hasta de nuestros problemas. Lograbas que el trabajo pasara a ser una fiesta, una verdadera fiesta, que quedaba abierta esperando al año siguiente. Muchas personas te clavan, incluso con buena intención, una socorrida sonrisa cuando te ven, pero se les agosta, una vez que se dan la vuelta y se van alejando. La tuya era una sonrisa permanente, capaz incluso de convertirse en segundos en una celebración de la amistad, por medio de una franca carcajada. Recuerdo esas carcajadas tuyas, cuando convertías tu coche, tan fardón, en coche escoba, donde, junto a Pepo y a Zipi, recogías el bagaje añadido de mis hijos, camino de la escuela. Eran las ocasiones en que no había que espolear a Miguel y Marina para dejar atrás el sueño, pues se les olvidaba esa desazón que a veces crea ir a la escuela. Todo este tiempo me han asaltado flashes como estos cuando te recordaba. Pero hay uno más que comparto con José Antonio (los dos somos ignaros en materia de pintura): la falta de vanidad y, en cambio, la capacidad de hacernos entender en algunas conversaciones algunos cauces de la pintura, sabiendo quedarte en un segundo plano, porque lo que te importaba era que aprendiéramos a mirarla. Sin pretenderlo, todo lo preparaste a conciencia para que se te eche en falta y para que esa aura tuya a que me he referido al principio, siga entre nosotros. Gracias por lo mucho que nos diste con tu amistad. Carmen Olaguibel CarmenOlaguibel

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