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a través de la estética de las obras, lo cual implica la plasmación subjetiva de la realidad según la visión

personal del artista.

Pero el arte es un producto de la imaginación que no tiene por qué describir fenómenos de la naturaleza,

aunque sí la interpreta ad libitum..

La fotografía objeto de las obras de la exposición que aquí nos ocupa representa un gliptodonte, ejemplar

fósil de un armadillo gigante del Pleistoceno argentino, que actualmente se encuentra en el Museo de Cien-

cias Naturales de Valencia.

Los armadillos del Museo de Ciencias Naturales de Valencia.

Los grandes armadillos fósiles del Cuaternario americano constituyen el grupo faunístico con más amplia

representación en la colección Rodrigo Botet en el actual Museo de Ciencias Naturales. Por su variedad y

abundancia destaca el grupo de los gliptodontes. La denominación "gliptodonte", que significa “dientes

grabados”, alude a que en la superficie de trituración de los molares de estos formidables mamíferos

pueden observarse un patrón de dibujos característicos.

En su antiguo emplazamiento, en el Museo Paleontológico del Almudín, se podían ver hasta diez corazas

montadas más o menos completas, algún esqueleto e innumerables fragmentos de coraza, dientes y

huesos. La presentación de los esqueletos y corazas de gliptodontes en el antiguo Museo Paleontológico

forma parte del imaginario colectivo de los valencianos.

En la actualidad, la imagen de un gliptodonte constituye el logotipo del actual Museo de Ciencias Naturales

de Valencia.

En la Exposición Regional valenciana de 1909 se mostraron reproducciones de gliptodontes del Museo Pa-

leontológico; estas reproducciones formaron parte de la decoración del actual Jardín de los Viveros hasta

la gran riada de 1957, que aceleró su deterioro y se perdieron definitivamente. También los gliptodontes del

museo dieron lugar a libros de cuentos y poemas, y acompañaron la fantasía de varias generaciones de

niños valencianos.

Estos animales, desde los tiempos más remotos, han despertado siempre curiosidad y admiración.

Llegaron a coexistir con los primeros pobladores humanos de América, y aparecen representados en las

pinturas de los abrigos rupestres de la Sierra de Capibara, (Brasil).

Florentino Ameghino, paleontólogo argentino que impulsó los estudios de estos animales, regentó durante

un tiempo una librería en Buenos Aires que tenía por nombre “El Gliptodonte”, y que todavía existe.

En 1992 se inauguró la nueva sede de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, obra del insigne

arquitecto argentino Clorindo Testa, que se inspiró en la morfología de un gliptodonte para levantar en

Buenos Aires el edificio, referente de la cultura argentina contemporánea, y que es conocido por el nombre

de “El gliptodonte”.

En líneas generales, estos mamíferos del Pleistoceno podían alcanzar grandes proporciones, comparables

a las de un coche utilitario actual. Algunos superaban los 2 m. de longitud, pesaban 2 toneladas, eran her-

bívoros y con sus uñas robustas podían escarbar el suelo en busca de raíces y construir enormes madri-

gueras.

La sólida coraza estaba constituida por numerosas placas óseas en forma de roseta, de contornos poligo-

nales más o menos cuadrangulares o hexagonales según la zona de la coraza, que en los individuos

adultos se soldaban entre sí y formaban el caparazón en una única pieza de consistencia rígida y grosor

variable.

Los gliptodontes tenían el esqueleto fuertemente modificado para soportar los rígidos y pesados caparazones,

presentaba cosificaciones de las vértebras cervicales y soldadura de las dorsales, lumbares y sacras, que

formaban un tubo anquilosado pegado al caparazón.

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